La escuela como refugio para aprender y comer

El deterioro de las escuelas en el Zulia ha alcanzado niveles que mantienen en riesgo constante a las generaciones futuras. La deserción escolar, aunada a la falta de maestros y las necesidades individuales de los grupos familiares causados por la migración, la pandemia y la emergencia humanitaria compleja, han traído como consecuencia la violación sistemática del derecho a la educación en la región zuliana.

Redacción Codhez

Fotografías: Betzabeth Bacho


El pasado jueves 20 de enero de 2022 la escuela llegó al mercado Las Pulgas en Maracaibo, la capital de Zulia. Dos mujeres cargadas con 17 cuadernos, lápices y borradores tuvieron como propósito alfabetizar a los, al menos, 350 niños que viven en medio de ventas de vegetales, frutas, ropa, carne cruda, pobreza y hambre. 

Una de estas dos mujeres es Nesnay que ahora tiene 40 años y es comerciante de ese mismo mercado en el que trabajó su madre y al que la llevó cuando tenía 6 años, porque no tenía con quien dejarla en casa, y dice que de ella aprendió no solo a trabajar duro en la vida, sino a ayudar desinteresadamente a quien lo necesitara. Por eso, Nesnay no dudó en aceptar la invitación de su compañera Nieve: “Necesito que me ayudéis, vamos a darle clase a los niños de aquí”.

Recostada en la pared de uno de los oscuros pasillos del mercado que la vio crecer, contó que, desde que tiene memoria, su madre rescataba niños, les brindaba cobijo, comida y además, los inscribía en la escuela. Dice que durante su niñez nunca estuvo sola porque la vida le regaló muchos hermanos.

Ahora es parte de la directiva de la Asociación de Comerciantes del Mercado Las Pulgas de Maracaibo y logró reunir en el espacio de la cancha Divino Niño que está al fondo del mercado a niños y jóvenes que pasan el día caminando hasta 10 horas para vender bolsa, ajos o caramelos. Bastaron los útiles que les donaron y dos mesas con sus taburetes. Ese día de enero, a las 2:00 pm, arrancó “la escuelita”.

Nesnay Chávez, cofundadora de una escuelita que ha alfabetizado a más de 40 niños en el mercado Las Pulgas, sigue el ejemplo que su madre le dio desde muy pequeña: ayudar al prójimo.

“No fue fácil. Al principio los niños no querían ir porque tenían que trabajar, pero pensamos que por el estómago los podíamos captar y en la próxima clase les hicimos una sopa. Eso se llenó. En una semana teníamos 30 niños y yo sentí mucha alegría, satisfacción de seguir el ejemplo de mi madre. Ser partícipe de su crecimiento, verlos aprender con tantas ganas, me llenó el corazón”, contó.

Cada día que pasaba la demanda era mayor y con ella creció la ilusión de Nesnay. “La mayoría no sabía leer, escribir, ni contar. Los robaban cuando estaban trabajando, así que poco a poco fueron aprendiendo cuáles eran los billetes y qué decía el papel moneda”.

Los niños, niñas y adolescentes que se integraron al espacio educativo, distribuían su tiempo entre el trabajo y la escuelita. Otros se sumaron buscando ayuda para cumplir con las actividades que le asignaban en sus escuelas, pero de esos eran pocos.

Decenas de niños, niñas y adolescentes ofrecen vegetales, frutas, ropa y carne cruda en el mercado Las Pulgas de Maracaibo, en lugar de ocupar salones de clase.

Entre juegos, sopas y mucho amor, las comerciantes lograron sacar a más de 70 menores de edad de la delincuencia, la ociosidad y el desconocimiento. Alfabetizaron a 40 niños y niñas, y ayudaron a avanzar en la escuela a 30 adolescentes más.

Todo marchaba bien, pero en marzo Nieve dijo que no podía seguir ayudando y se marchó. “Sin dudarlo ni un segundo decidí seguir con mi labor porque lo único que quería era ayudar a esos pequeños”, dijo Nesnay mientras abrazaba a dos de sus alumnas que pasaron a saludarla.

Antes de continuar su relato, la mujer quiso mostrar la realidad y se adentró en el bullicio de los comerciantes. Entre mesas improvisadas y techos de tela desteñidas por el sol de la ciudad, se abrió camino por los húmedos y malolientes callejones, pero frenó sus pasos para abrazar a una pequeña que sostenía en su mano derecha un paquete de bolsas negras y en la otra unos cuantos billetes de 500 bolívares.

“¡Maestra yo quiero estudiar con vos otra vez!”, le dijo la menor prendida de la cintura de la comerciante que apenas sonreía para evitar las lágrimas. Luego la miró a los ojos y le dijo: “Pronto, mi amor.”

Muchos niños y niñas encontraron esperanza en la iniciativa de Nieve y Nesnay. Dividían sus jornadas entre ventas y lecciones diarias. Ahora, día tras día, preguntan con gran emoción cuándo podrán volver a clases.

Antes de seguir sentenció: “Así hay aproximadamente 350 niños aquí, todos en edad escolar, que no tienen cómo estudiar porque deben asumir la responsabilidad de la alimentación de sus hermanos y hasta de sus padres, ellos los obligan a trabajar y si no les llevan dinero los golpean”, dijo tajante y continuó adentrándose entre los buhoneros.

-Ella es Carolina, dijo.

Se refería a una jovencita delgada y tímida de 12 años que acompañaba a su abuela, Emilia González, de 56 años, en su venta diaria de verduras en una mesa de la parte trasera del transitado mercado. “Hoy no hemos vendido mucho”, dijo en voz baja la niña wayuu a la que le cuesta hablar fluidamente el español.

Eran más de las cuatro de la tarde. Carolina ya había caminado lo suficiente para darse cuenta que no lograría vender el fajo de cebolla en rama que lucía marchito en la mesa al lado de otras verduras. El día fue malo. Antes de que pudiera decir algo más, su abuela la interrumpió: “Con lo que hacemos aquí no alcanza para nada, solo compramos un kilo de arroz, eso es lo que comemos casi siempre”, aseguró.

Carolina, de 12 años, organiza la mercancía que vende diariamente en el mercado Las Pulgas. Sueña con ahorrar dinero para comprar sus útiles escolares y volver a clase.

Carolina no iba regularmente a la escuelita del mercado porque su plan era otro, trabajar como la enseñó su abuela. Para ella esa era la única manera de cumplir su sueño: volver a la escuela.

Una prima se acercó a la mesa para traducir del wayuunaiki al español el plan de la niña. “Con lo que hago de la venta, guardo para comprar mis cositas porque yo quiero seguir estudiando”, tradujo la muchacha.

Emilia la secundó: “Ella necesita comprar útiles, el uniforme y unos zapatos para ir a la escuela y yo también quiero que ella estudie para que no se quede en la calle como yo, pero no tengo cómo responder. No tenemos para comprar lo que le hace falta este año”, reveló la abuela buhonera.

Las palabras de Emilia le confirmaron a Carolina que no volvería a la escuela este año. Ante semejante confesión, la pequeña miró a los lados, asintió con la cabeza y bajó la cara resignada. Nesnay intentó animarla, pero fue en vano.

Emilia González, de 56 años, con más de cuatro décadas trabajando en el mercado, anhela un futuro mejor para su nieta.

Entre la tristeza y la luz

De regreso al restaurante, donde ahora sirve almuerzos, la comerciante respiró profundo y siguió contando. “La escuelita duró ocho meses funcionando, la dejé obligada porque recibí una mala noticia, mi hija enfermó”.

Seguir resultó imposible. “A mediados de agosto, cuando le dije a los niños que íbamos a hacer una pausa, se pusieron muy tristes y solo preguntaban: ¿Ajá, maestra, y ahora cuándo va a darnos clases de nuevo?”, pero Nesnay no podía responder esa pregunta, su cabeza se nubló.

“Todo se complicó. La situación económica en la casa se puso fea, mi esposo perdió uno de sus dos trabajos y yo tuve que comenzar a trabajar mientras buscaba por todos lados ayuda para los exámenes de mi hija”, contó. Unas cuantas semanas después la joven fue diagnosticada con cáncer, hizo metástasis y murió.

En medio de ese trance, la Fundación Niños del Sol respondió las solicitudes que meses antes había hecho Nesnay. “Me llamaron para decirme que los niños podían ir a comer allá. Esa fue mi luz, así que mientras lidiaba con la muerte de mi hija, prestamos una camioneta, montamos a casi 50 muchachos y los llevamos a la fundación”.

Hace casi dos meses que los adolescentes van solos a comer, pero ya no reciben apoyo para seguir aprendiendo a leer, escribir o sumar. Atraviesan a pie la avenida Libertador hasta la sede de la fundación en la avenida Padilla. Son un poco más de dos kilómetros de caminata que hacen a diario los más grandes del grupo. Los más pequeños se quedan pidiendo en la zona de restaurantes del mercado para que les rinda el tiempo de trabajo. La camioneta se dañó.

Sonrisas como la de Sara, una niña de 10 años que vende chucherías con su abuela, impulsan a Nesnay en su deseo de reanudar pronto las clases en la escuelita de Las Pulgas.

“Decirles a cada rato que todavía no les puedo dar clases es duro, triste. Hace que uno odie la situación que hay porque las ventas no están muy buenas. Pero mi fe y mi esperanza están intactas y mientras supero el duelo, sigo luchando por ellos porque sé de sus ganas de seguir aprendiendo”, contó.

En la actualidad, la Asociación de Comerciantes del Mercado Las Pulgas de Maracaibo lleva a cabo un censo a petición de la Fundación Niños del Sol. “Al parecer hay un enlace con Fe y Alegría para darle cursos y prepararlos académicamente. Estamos fajados con eso, recogiendo las partidas de nacimiento para que luego los papás vengan a la cancha a la jornada de inscripción”.

Antes de despedirse dijo emocionada: “Esta es una buena noticia y no pienso rendirme, esto no se queda aquí. Mi compromiso es velar por el futuro de la mayor cantidad de niños que pueda, como me enseñó mi madre”, reforzó.

 

Una luz de esperanza

La educación es reconocida en el artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de manera clara: “Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria”.

En el Zulia la realidad supera el deber. Según el último boletín sobre salud y educación de la Comisión para los Derechos Humanos del Estado Zulia (Codhez), el occidente del país tiene el mayor riesgo de deserción estudiantil. Con el 90% de los planteles en pésimas condiciones de infraestructura y fallas en los servicios básicos como electricidad y agua potable, el ausentismo escolar ronda el 50%.

Aun en estas condiciones, son muchos los que anteponen la formación integral de los estudiantes pese a las dificultades que enfrentan a diario. El mejor ejemplo está en las comunidades más vulnerables de la ciudad de Maracaibo, donde el amor y la esperanza logran unir voluntades para el bien de todos.

Entre abrazos, risas y un montón de botellas plásticas, repletas de material de desecho y perfectamente apiladas a un costado de los salones a medio terminar, maestras, obreros y miembros de la Fundación La Papelera Tiene Hambre se reencontraron en la escuela Plan Emergente Bolivariano Luz del Saber, después de las vacaciones escolares.

La escuela Luz del Saber, ubicada en la parroquia Idelfonso Vásquez de Maracaibo, tiene 16 años de fundada. Sin embargo, no cuenta con una infraestructura suficiente para albergar cómodamente a la matrícula.

Como si se tratara de una fiesta, desde muy temprano la comunidad se activó. Armaron el fogón y encima montaron una olla para hacer arroz con leche. El primer compartir del año, que cada semana llevan los miembros de la fundación a más de 300 estudiantes.

A lo lejos, un grupo de niños vestidos con camisas blancas y una sonrisa que delataba la alegría de volver a su lugar feliz, iluminaban la trilla de arena que conduce al colegio. Su historia se remonta al año 2005 cuando Arelys, Yajaira, Sihlis y Trina, maestras habitantes de la comunidad, preocupadas por la falta de educación en la zona, hicieron un censo que luego llevaron a la Zona Educativa del estado Zulia y así consiguieron fundar la escuela. Comenzaron en el patio de una iglesia evangélica del barrio. Ahí estuvieron un año.

Sentada en un pupitre oxidado en el salón donde hoy imparte el tercer grado de primaria, Yajaira Pineda, de 54 años, maestra fundadora, explicó que el deseo de tener algo propio las llevó a hacer bingos, rifas y, luego, gracias a que comenzaron a recibir sus sueldos por parte del Ministerio de Educación, sacaron de sus bolsillos para reunir dinero suficiente, salieron del patio de la iglesia y compraron otro terreno, levantaron las paredes y para 2006 la escuela estaba lista.

Yajaira Pineda, 54 años, es docente fundadora de la escuela Luz del Saber. Su vocación y entrega la mantienen firme ante las adversidades.

“Hicimos muchos esfuerzos y después de 16 años seguimos en la lucha, sin perder la esperanza de tener una escuela más bonita y más grande”. La maestra reveló que hace ocho años aproximadamente recibieron la donación de un terreno al lado del Hospital de Especialidades Pediátricas por parte de la dirección del centro de salud, pero hasta ahora no han logrado que ningún ente les construya una escuela.

Nanci Ferrer, directora de la escuela Luz del Saber.

“¡Llegó el arroz con leche!”, gritó una de las maestras. De inmediato, los niños se enfilaron para recibir su ración. Nanci Ferrer, la directora del colegio, los miraba y poco a poco una sonrisa se le dibujó en el rostro. “¡Cómo les gusta ese arroz!”, exclamó en voz baja.

Las maestras, en conjunto con el equipo de la Fundación La Papelera Tiene Hambre, preparan alimentos para los niños y niñas en jornadas semanales. El arroz con leche es una de las comidas favoritas.

Luz del Saber es una escuela que suma. De cuatro maestras pasaron a ser 15 docentes que llegan todas las mañanas cargados de esperanza. Entre todos atienden una matrícula de 320 niños y, aunque para otros parezca poco lo que han logrado, Yajaira dice que el orgullo de Ciudad Lossada es esa escuela.

Enfocarse en la educación y el reforzamiento de los valores ha ayudado a los maestros de Luz del Saber a sortear las necesidades. La falta de agua potable, electricidad, áreas acondicionadas para el esparcimiento y tener una letrina por baño, los ha obligado a tomar ciertas medidas, como adecuar los horarios de clase para evitar el calor abrasador del mediodía.

En el salón contiguo, Yackeline Álvarez se preparaba para recibir a sus alumnos del cuarto grado. Mientras mostraba con orgullo los dibujos que el año anterior dejaron pegados en una de las dos paredes que tiene el salón, sin friso, ventanas, ni puertas, dijo que la vocación y el amor la mantienen en pie.

Yackeline Álvarez, de 39 años, es maestra de cuarto grado de la escuela Luz del Saber, lamenta la deserción escolar. En su salón de clases, no faltan palabras de aliento para continuar

Con los ojos llorosos soltó: “Lo hacemos por esos niños que muchas veces vienen con problemas de la casa y se desahogan con nosotras, nos ven como sus madres. Son niños que tienen que dividir su tiempo entre estudiar y trabajar porque en casa no hay comida”.

Respira hondo y sigue: “Algunos se fueron de la escuela porque los papás se quedaron sin trabajo. Otros padres tienen trabajo pero no les alcanza el dinero para mandarlos a la escuela; lo más duro es el caso de los niños que abandonan el aula para ir a la calle a vender chucherías, empacar en supermercados o limpiar vidrios en los semáforos”. Estos son los que han tenido que elegir entre comer o estudiar.

Como en el resto del país, la migración también ha trastocado a las familias de Ciudad Lossada, donde el 80% son de la etnia wayuu y viven en pobreza extrema. Muchos han cruzado la frontera por Paraguachón en busca de un mejor porvenir para sus hijos, por eso cerca del 20% de los estudiantes dejaron de asistir y los que regresan, salen de la escuela directo al trabajo. “Aquí hay mucha hambre”, dijo Yackeline, conmovida.

 

La educación que salva

Luego de una leve llovizna el cielo se nubló. Así que los voluntarios de La Papelera Tiene Hambre aprovecharon la benevolencia del clima para jugar con los pequeños a los que han enseñado desde el año pasado a hacer del planeta un lugar más limpio comenzando por su comunidad con el reciclaje.

“El engranaje ha sido perfecto”, dijo Antonio Soto, directivo de la fundación ambientalista zuliana, refiriéndose a la receptividad que han tenido no solo en los estudiantes, sino en los maestros y la comunidad.

Luego de terminar la jornada de educación ambiental en una cancha abandonada del sector, Antonio contó que las condiciones de infraestructura de la escuela y la falta de un comedor los impulsaron a darle un giro a su labor, transformándola en una acción caritativa con propósito.

Antonio Soto, Fundador de la fundación La Papelera Tiene Hambre, cuenta que la resiliencia y la esperanza crecen en cada jornada que realizan en la escuela Luz del Saber.

“Nosotros comenzamos aquí hace dos años, en medio de la pandemia. Todos los domingos impartíamos educación ambiental y abrimos una mesa de trabajo que la llamamos Acción Caritativa, una obra de caridad y asistencia donde las personas nos donaban comida e insumos para embarazadas y bebés. Luego maduramos esa idea y nos vinimos a la escuela Luz del Saber. Ahora tenemos una Acción Caritativa con propósito cada semana”.

En 2021 los voluntarios de la fundación comenzaron a servir sopa, arroz con pollo y arroz con leche en la escuela y le enseñaron a los niños cómo hacer ecobloques. “Ciudad Lossada es una comunidad extensa que atraviesa la cañada Fénix, una de las más contaminadas por plástico de la ciudad, entonces los ecobloques son una alternativa para ayudar a disminuir los altos niveles de contaminación”, dijo Antonio.

Rellenar las botellas plásticas con material de desecho no fue difícil. Saber que con ello podrían tener una escuela más segura, provocó que los niños comenzaran a hacer ecobloques en casa. La meta son 5400 ecobloques bien compactados para construir la cerca de su escuela.

Junto a sus familias, niños y niñas fabrican ecobloques con los residuos que generan en sus casas, destinados a la construcción de la cerca de la escuela.

“Nos llena de mucha satisfacción que cada niño traiga de casa un ecobloque por eso seguimos buscando donaciones para completar los demás materiales que necesitamos para la cerca como cemento y arena. Ya tenemos 1.200 botellas listas”, dijo el fundador de La Papelera Tiene Hambre.

Luz del Saber es el piloto de esta iniciativa y el plan es seguir. “Cuando esto esté terminado con éxito podremos movernos a la escuela Fuerza Indígena, que está un poco más adelante de esta zona, porque son escuelas que tienen una población altísima, donde sabemos que hay niños desnutridos que sufren la falta de infraestructura y por ende de calidad educativa. Por eso  estamos aquí, motivados y seguros de que podemos lograr lo que soñamos”, concluyó el joven.

Con el compromiso de volver al día siguiente, el grupo de jovencitos se perdió entre el polvorín de la callejuela. Saltando y riendo, demostrando que no se rinden ante las dificultades y manteniendo la esperanza de que el mañana será mejor.

Voluntarios y voluntarias de la Fundación La Papelera Tiene Hambre juegan en la cancha de Ciudad Lossada con estudiantes de la escuela Luz del Saber.

Este es el primer reportaje que comprende Rostros de la Esperanza, un seriado de crónicas, promovido por Codhez y presentado en alianza con El Pitazo, para visibilizar historias que merecen ser contadas en el contexto de la emergencia humanitaria compleja en Venezuela.

La escuela como refugio para aprender y comer

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