Lo que pesa un nombre

Kyara, Gaby y Mitch quieren dejar de dar explicaciones cuando van a buscar trabajo. Quieren que dejen de condicionar su oportunidad de empleo, que dejen de discriminarles. Estas mujeres y este hombre buscan libertad, para dejar de sentirse en el encierro de una identidad que no les representa. Reclaman trabajo e identidad. Quieren mostrar su cédula y que les llamen por sus nombres y género autopercibido

Texto: Sheyla Urdaneta
Fotografías: María Alejandra Sánchez

Llegó al hospital y tuvo que entregar su cédula para que le hicieran la historia médica. Se sentó a esperar su turno y cuando escuchó que la llamaron lo que quiso fue salir de allí y esconderse, se sintió vulnerable como tantas veces. “Quería meter la cabeza en la tierra y esconderme como un pollo. Ver que todos me miraban, la risita, la burla, eso me hizo sentir mal y eso es lo que la gente no entiende”.

Kyara Lugo supo siempre qué era lo que la hacía sentir cómoda, cómo le gustaba vestirse, lo que la hacía estar tranquila.

Eso no pasó una vez, sino varias, cuenta Kyara Lugo, una mujer trans de 43 años, que es Técnico Superior en Turismo, bilingüe, con un diplomado sobre administración y que no tiene trabajo porque cuando ha enviado hojas de vida y la llaman para entrevistas, no la contratan porque su nombre en la cédula no coincide con sus nombres y género autopercibido.

Por eso Kyara lamenta que la discriminen y sabe que no solo le pasa a ella, sino a muchas personas trans. Condicionan su acceso al trabajo al hecho de cómo se ven y a cuál es el nombre que aparece en la cédula. Eran al menos dos o tres currículos que enviaba cada mes  a empresas, a hoteles, a sitios en donde buscarán personal con requisitos que ella podía cumplir. Pero le negaban la oportunidad, por ser mujer trans. 

Es así como a Kyara le tocó enfrentarse a la discriminación, al rechazo, a la vulneración de sus derechos. La negación a la  oportunidad que debe tener cualquier persona de un trabajo que le otorgue estabilidad, ingresos, seguridad laboral. 

De nada le ha servido que se graduó summa cum laude, que trabajó por al menos cinco años dictando talleres y cursos sobre turismo en Zulia y que para complementar su profesión hizo un curso intensivo de dos años en un centro para tener un diploma que la acredita como bilingüe. 

Kyara publica sus creaciones en su cuenta de Facebook y solo trabaja por encargos. No puede darse el lujo de hacer una piñata o una decoración y no venderla porque no tiene ingresos para comprar los materiales.

Esta situación la afecta, pero intenta que no la derrote. Dice que por eso hace activismo, acompaña a personas LGBTIQ+, las defiende, las ayuda a que se formen para poder defenderse. Les ayuda a que se integren, a que no se sientan distintos. A que luchen por ser lo que quieran ser, así cómo lo logró ella.

Porque Kyara Lugo supo siempre qué era lo que la hacía sentir cómoda, cómo le gustaba vestirse, lo que la hacía estar tranquila. Habla de su historia de vida con franqueza, con seguridad y aplomo. Habla de cómo pudo transicionar social y físicamente para convertirse en la mujer que es hoy.

Hace un recorrido por las cosas que le dolieron, por las que aún le preocupan, también por las que la tranquilizan y por las que la hacen feliz. Por ejemplo, el día que pudo ser “24 horas mujer”. 

Kyara disfruta de la compañía de Micky.

“Me enviaban a municipios foráneos a dictar cursos de Turismo, tenía que vestirme con pantalón, camisa manga larga, no me podía dejar crecer el pelo, no podía usar zarcillo, Tenía que estar como un varón. Pero, el problema era mi voz, porque siempre la he tenido así, yo tenía que doblar la voz para que se me escuchara masculina. Yo hacía como si estuviera actuando en una película, pero siempre me escuchaba afeminada y esa era mi naturaleza. No fui una buena actriz en ese momento”.

En 2015 hizo un curso de manualidades. Hace piñatas y decoraciones para fiestas. Trabaja en su casa, publica sus creaciones en su cuenta de Facebook y solo trabaja por encargos. No puede darse el lujo de hacer una piñata o una decoración y no venderla porque no tiene ingresos para comprar los materiales. Intentó pedir créditos como microempresaria en los bancos y se los negaron por su solvencia financiera.

En 2015, Kyara hizo un curso de manualidades. Hace piñatas y decoraciones para fiestas, aunque su sueño es poder ejercer su profesión como Técnico Superior en Turismo

En la sala de su casa tiene dos mesas que le sirven para cortar los materiales cuando le piden una piñata. Hay dos guindadas en el techo y otro letrero en una de las paredes. El papel de la que tiene forma del coronavirus ya perdió el color. El agua que entra por los huecos del techo de su casa cuando llueve la han mojado.

Dice que este trabajo no le alcanza ni para vivir, ni para comer. “Nunca ha sido un negocio rentable porque no tengo un local. Luego la pandemia ha sido catastrófica para mí”, dice con respecto a lo económico. “Mi problema es que no he conseguido trabajo”.

 

Un antes y un después

Fue en 2008, cuando terminó el curso de inglés, que Kyara dijo: “¡Hasta aquí! Y hasta ahí tuve que estar de varón. Recuerdo que fue un antes y un después. El después de Javier a Kyara”. Esto lo dice como un triunfo y lo recuerda como un momento liberador.

Comenzó a asistir a un hospital público donde la atendía una médica endocrinóloga que la ayudó. Le recetó hormonas, le recetó bloqueadores de testosterona, comenzó a ver los cambios en su cuerpo. “Al año ya uno ve los resultados”.

Todo esto lo hizo de la mano de la especialista. “No sólo me recetaba y controlaba el bloqueador de testosterona, sino que ingería estrógenos, la hormona femenina. Los cambios se vieron en mi cuerpo porque mi voz siempre fue igual, femenina”.

Recuerda que a la consulta asistían varias personas trans, tanto hombres como mujeres y la atención era gratuita. También recibió atención, en tres oportunidades, en la oficina de Planificación Familiar, PlaFam, en Caracas porque era un beneficio que recibía cuando trabajaba como activista con Amnistía Internacional.

 

“Yo hice un fiestón”

El día que pudo ser “24 horas mujer”, Kyara lo recuerda como un día feliz. Sonríe, le brillan los ojos. “Yo hice un fiestón. Ya me veía mujer, salía a la calle y me comportaba como mujer las 24 horas”.

Los días en los que tenía que usar pantalón de hombre y camisa y no poder dejarse crecer el cabello habían quedado atrás. “Después de allí sí podía ser libre y ser feliz como soy. Ser mujer”.

Durante su niñez, Kyara admiraba los cabellos de las concursantes en los certámenes de belleza. Deseaba lucir así y poder pintar sus uñas de colores.

Atrás quedó el tener que usar peluca porque su cabello había crecido, ya podía mostrarse como quería estar. “Ya podía estar tranquilamente como me gusta estar, como quiero estar y así quiero morir”.

Y Kyara tiene a favor que en su transición no estuvo sola. Desde que tenía ocho años jugaba con sus primas a las reinas de belleza y cuenta que su familia siempre la ha aceptado. “Ellos siempre me han respetado y han respetado mis decisiones, las decisiones que tomo. En eso yo he tenido suerte porque el mayor porcentaje de las personas trans no tienen esa suerte, no los apoya su familia”.

Dice que su mamá se adaptó más rápido a su transición y que a su papá le costó un poco más. “Pero yo lo fui educando, les hablo de lo que siento y quiero; de mis derechos”. Y eso lo hace no solo con su familia sino también con sus amigos, con sus tres hermanos y con las personas que conoce.

 

“Mi nombre, mi identidad”

Kyara dice que las personas LGBTIQ+ están cansadas de ser usadas como bandera política en las campañas electorales. Eso, dice, es decepcionante. “Prometen muchas cosas y cuando están en el poder no cumplen con nada”.

Tiene a manos lo que considera podrían ser las tres principales peticiones para hacer al Estado. “La primera y la que considero más urgente es la de la identidad, la parte legal, que nos permitan cambiar el nombre de la cédula. Que nos permitan tener el nombre que escogimos y ya con eso, por lo menos, en mi caso yo puedo ir a buscar trabajo y no tengo que dar explicaciones de qué es lo que yo tengo entre las piernas”.

Lo segundo que pide es que las personas trans tengan acceso gratuito o subsidiado a los medicamentos que los ayuden con su transición. “Que el Estado nos lo garantice, que nos den acceso a las hormonas. Y que se nos respete. Ya con la posibilidad de cambiar nuestra identidad se nos respeta el derecho a la privacidad y que no nos avergüencen o nos burlen”.

El tercer punto en la lista de Kyara es el que tengan acceso a empleos y al estudio. “Que podamos tener trabajo y que podamos estudiar sin que nos cuestionen, que podamos buscar trabajo sin que tengamos que dar explicaciones de quiénes éramos antes y de quiénes somos ahora”.

 

Los ocho años de Mitch

Mitch May tiene 24 años. Cuando tenía 16 inició su transición. Recuerda que no fue un proceso sencillo porque su familia no lo ha aceptado, su mamá no lo apoya, le dice que lo hace para avergonzarla o molestarla y se refiere a las personas trans de manera despectiva.

Lo apoyan y acompañan en su proceso sus amigos y su pareja. El Taekwondo, deporte en donde es atleta de la selección regional desde 2019, es lo que lo mantiene activo y lejos de lo que lo afecta, porque Mitch padece trastornos de ansiedad y esto le dificulta, según cuenta, estar en contacto permanente con personas.

Uno de los sueños de Mitch es poder ganar un campeonato de Taekwondo y dedicarlo a todas las personas trans que, al igual que él, luchan día a día por la inclusión y respeto a su identidad de género.

“De momento no estudio ni trabajo y me dedico totalmente al Taekwondo. Esto ha sido lo que me ha ayudado a salir adelante en mi crecimiento personal”.

Recuerda el momento en el que tomó la decisión de comenzar su proceso. “Transicionar fue algo relativamente espontáneo, se dio solo. Empezó por cortarme el cabello, buscar usar la ropa de mi primo, conocer lo que son las persons trans, y pensé: ´hey, esto me gusta, yo quiero eso para mí´. Un año después, dije a mis amigos que quería que me trataran de hombre y me llamaran Mitch. El resto se dio solo, lentamente”.

Vive en Maracaibo con su mamá, su tía y su primo y lamenta que no ha podido comenzar su proceso hormonal porque no tiene ingresos económicos y ni ayuda para hacerlo. “No estoy en una buena posición económica, mi mamá apenas me da para comer. Así que vivo y continúo, de momento, con lo que tengo”.

Dice que su primo es el único que acepta que sea un hombre trans y que procura usar los pronombres adecuados para referirse a él. No la ha tenido fácil, pero busca estar y sentirse bien.

“Lo que me hace feliz es mi deporte, me gusta mucho entrenar y dar lo mejor de mí y viajar a competencias. El deporte me ha enseñado mucho, tanto de mi equipo como de mí mismo, a manejar mi ansiedad y mis propios conflictos internos desde muchos puntos de vista. También pasar tiempo con mis amigos y mi pareja, que son como mi familia y mi mayor soporte emocional”.

Para Mitch representa un reto transicionar. Los elevados costos de las citas médicas y las hormonas son sus principales preocupaciones.

Pero poder comenzar su tratamiento es lo que tiene pendiente, por eso apunta: “Si pudiese pedir algo para la comunidad trans, sería visibilidad, acceso a hormonas y a transicionar de manera legal, tener derechos legales, ese tipo de apoyo. Sé que eso ayudaría mucho a aquellos que, como yo, contamos con muy poco en nuestras manos”.

 

“Yo no quiero un disfraz”

Gaby tiene 25 años y hace apenas un mes comenzó a tomar hormonas. “Yo quiero hacer todo bien. Yo quiero hacerlo como lo estoy haciendo ahorita. Yo voy al médico, me pongo en control, me recetan los tratamientos, me recetan las hormonas y así poquito a poco, porque yo quiero que mi cuerpo vaya cambiando poquito a poco”.

Gaby ha sacrificado su expresión de género para conservar su puesto de trabajo.

Dice que no tiene apuro. “Yo no quiero un disfraz para mi vida, siempre lo he dicho así. Yo no quiero ser de esas personas trans, y con eso no las juzgo, ellas tienen su manera de ser, pero yo no quiero ser así. Yo no quiero un quita y pon, no quiero ponerme algo postizo, una peluca, no”.

Gaby quiere que las hormonas ayuden a que su cuerpo vaya cambiando. Destaca que en Venezuela el proceso se hace difícil por la situación económica. “Aquí todo es tan caro”.

Otro de los puntos que ve cuesta arriba son las consultas con los médicos, el costo de los tratamientos, tener que pedir permiso en el trabajo, tener que justificar su ausencia el día de la consulta. “Yo digo que es muy complicado porque aquí no voy a lograr nada, aquí lo que yo quiero no voy a poder lograrlo. Primero por la situación económica y segundo, yo siempre he tenido temor de perder mi trabajo”.

Ha pensado en migrar para poder estar más tranquila cuando lleguen los cambios a su cuerpo. Es empleada pública y no quiere que por la transformación sea rechazada, la despidan y se quede sin trabajo. “Aquí no es fácil encontrar otro trabajo y en este país no es fácil quedarse sin el trabajo que ya se tiene”.

Para Gaby no ha sido fácil. “A las personas como nosotros nos juzgan tanto, hasta en un trabajo, hasta en eso me rechazan. Por eso yo valoro y quiero tanto mi trabajo. Si ellos me dicen córtate el pelo, yo me corto el pelo. Si ellos me dicen quítate esto y ponte esto, pues lo hago”.

Por esta situación es que ha pensado en migrar, hacer vida en otro lugar donde la acepten o donde no tenga que ver a la misma gente. “Si me voy no voy a estar en este estado, porque no sé como es en otros estados pero en Zulia los hombres son tan machistas y las mujeres son tan malas que pienso que si me voy de aquí voy a ser feliz y voy a lograr lo que no logré aquí”.

Gaby dice de sí misma que es decidida, que no se calla nada, que dice lo que siente, pero que no es una persona problemática. Dice que es responsable y que le encanta trabajar.

“Creo que, si llegasen a aceptarme en mi trabajo, si en mi trabajo me aceptaran, yo no quisiera irme del país porque eso me basta.  Yo aquí tengo todo, casa, trabajo, cumplo con mi tratamiento lentamente, porque como digo: yo con lo mío no estoy apurada”.

No le importa que su proceso vaya lento, porque dice que está convencida de que lo va a lograr. “Yo lo siento. Del apuro queda el cansancio y no quiero un disfraz, quiero hacer las cosas como Dios manda”.

Sobre cuándo fue el momento en el que tuvo conciencia de que quería ser una mujer trans, Gaby cuenta con espontaneidad: “Yo no puedo decir que yo empecé a los siete o a los diez años. Eso es mentira. Yo nací así, sé lo que siento, yo siempre fui así. Sé lo que me gusta siempre, yo sé dónde estoy parada”.

La migración ha sido una salida para Gaby ante la estigmatización que se le achaca a las personas trans. Quiere transicionar por completo, poco a poco, y hacerlo lejos de las personas que le discriminan.

Les contó a sus hermanas sobre lo que quiere ser y cómo se siente, hace apenas tres meses. Les pidió que la respetaran. Eso ya fue un avance y comenzar con el tratamiento, otro paso.

Gaby también tiene claro lo que quiere llegar a ser. “Yo siempre he tenido un sueño, si llego a culminar todo lo que yo quiero, yo quisiera ser modelo, en verdad quisiera ser eso, una chica top model. Es mi sueño y ojalá se cumpla”.

 

Reconocer sus derechos

La Comisión para los Derechos Humanos del estado Zulia (Codhez) hace trabajo de visibilización y acompañamiento en la defensa de los derechos de las personas trans en el estado. Codhez destaca que “merecen reconocimiento jurídico de su identidad de género y a la modificación de dicho género en los documentos oficiales, incluyendo partida de nacimiento, sin necesidad de requisitos onerosos y abusivos”.

Para Jau Ramírez, director de SOMOS, el Estado venezolano se ha negado sistemáticamente a reconocer los derechos de la población LGBTIQ+, incluyendo el derecho a la identidad de género de las personas trans. “En el Tribunal Supremo de Justicia están engavetadas por lo menos dos demandas por la identidad de género ante la Sala Constitucional, la más antigua, la demanda de la diputada Tamara Adrián pendiente por sentencia desde el año 2004”.

SOMOS es un movimiento que lucha por la visibilidad, reconocimiento y protección de derechos de las personas LGBTIQ+ en Venezuela. Para Ramírez, “la Asamblea Nacional también se ha negado a debatir proyectos de Ley que permitan avances de este derecho en el reconocimiento y protección de las personas trans y queers en el país. Es importante recordar que la identidad de género es un derecho humano reconocido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos”.

“Desde SOMOS subrayamos nuestra preocupación por ver cómo la población LGBTIQ+, muy especialmente el colectivo trans, sobrevive al impacto trágico de la Emergencia Humanitaria sin derechos fundamentales reconocidos y bajo exclusión de todas las respuestas políticas, institucionales y humanitarias en Venezuela», reitera el director de la organización que fue pionera en la apertura del primer centro comunitario LGBTIQ+ en Venezuela, ubicado en la ciudad de Mérida, y que ofrece un espacio seguro y de apoyo a las personas lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersexuales, queers y sus familias.

Por su parte, la investigadora y activista venezolana en favor de los derechos LGBTIQ+, Quiteria Franco publicó un artículo en la página Unión Afirmativa, que “Venezuela debe permitir el cambio de nombre y género de las personas en todos sus documentos de identidad y así cumplir con su deber de protección y garantía de los derechos humanos a todos sus ciudadanos sin discriminación alguna sin someterles a tratos y requisitos patologizantes, sino apegados a los estándares internacionales establecidos por la ONU y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos”.

Kyara alza su voz para luchar por el respeto a los derechos humanos de las personas trans. Y urge al Estado la creación de una Ley de identidad de género en Venezuela que le asegure condiciones de vida digna.

Es así que si se atienden estas peticiones, si se acompaña a las personas trans, si se les respetan sus derechos y si se deja ser sólo inclusivo cuando necesitan a las personas LGBTIQ+ para hacer campaña política, habría menos vulneración y más respeto. Esto es lo que piden las personas como Kyara y Mitch que solo buscan poder trabajar, estudiar, que se respete su identidad en los documentos, tener acceso a la salud y vivir con dignidad.


Este es el quinto reportaje que comprende Rostros de la Emergencia, un seriado de crónicas promovido por Codhez y presentado en alianza con El Pitazo, para visibilizar historias que merecen ser contadas en el contexto de la emergencia humanitaria compleja en Venezuela.

Lo que pesa un nombre

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