Susana Raffalli, una influencia de comunión, compasión e interconexión

“Yo soy de una generación de una Latinoamérica tomada y teñida por el sentido de la libertad y la justicia. Soy hija de la generación de Romero, de la Teología de la Liberación”, cuenta Susana Raffalli, nutricionista especializada en gestión de la seguridad alimentaria, en emergencias humanitarias y riesgo de desastres,  a modo de señalar el norte con el que nació, descubrió y luego siguió. Y aún sigue.

Susana Raffalli es sinónimo de trabajo humanitario, de derechos humanos y de defensa por las personas más vulnerables en Venezuela.

Por ello, en el marco de la VI Feria de Derechos Humanos, desde la Comisión para los Derechos Humanos del Estado Zulia (Codhez), destacamos su trayectoria de más de 20 años como nuestra defensora del mes.

 

¿Qué la guio al camino de la defensa de los derechos humanos?

“Después de una infancia en el seno de una familia sencilla, en la que el respeto y el valor de no dañar eran el alimento diario, en la que el ejercicio público era un oficio supremo y muy respetado, no solo por mi abuelo, quien estuvo por tres periodos en la cabeza de la Corte Suprema de Justicia de este país y lo llevó con endereza y con dignidad, sino de mi padre, que trabajó empíricamente en el Ministerio de Obras Públicas de forma impecable y de mis tíos muy vinculados a la universidad pública: una familia llena de personas que vieron en el servicio público un servicio sagrado.

Así que entre esos valores de la infancia que copié y de esa adolescencia atizada por esa América Latina encendida con esa teología de la liberación y ese Paulo Freire y ese monseñor Romero… se me tatuaron por dentro y me llevaron a moverme por lo que me muevo, y fue recientemente  ─a finales de los 90─ cuando me di cuenta que todo eso que me inspiraba y me movía le llamaban derechos humanos, así que yo no me formé académicamente para ser defensora, no sé en qué momento me comenzaron a llamar así, pero aquí estoy y estoy en mi lugar.

Cuando tuve mi primer contacto con el ámbito de los derechos humanos como movimiento de calle, de personas comprometidas en esto, a mí me toca identificar lo que yo hacía con eso que se llama defensa de los derechos humanos. No me toca en Venezuela, me toca formándome en Guatemala, en un momento en el que en Guatemala se cerraba la firma de la paz luego de 34 años de guerra sangrienta atizada por los norteamericanos y que tomó a toda Centroamérica.

Todo eso fue momento inicial fundamental, el momento centroamericano. Esa consolidación de la adultez mía en tema de derechos humanos fue entre sandinistas, fue entre gente del Frente Farabundo Martí en El Salvador y por supuesto en el momento culminante de la firma de la paz en Guatemala, en el momento de construir la memoria histórica, y eso estuvo a cargo de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado. Yo no trabajé ahí, pero compartía la casa con el personal que trabajaba en la Oficina del Arzobispado y ahí me la pasaba con ellos. Y trabajamos de codo a codo con esos equipos y el Monseñor Gerardi era nuestro norte. Su trabajo en la reconstrucción de la memoria histórica de toda esa masacre en Guatemala por Efraín Ríos Montt y su política de fusil y frijol, tan parecida a lo que están haciendo aquí en este momento.

Efraín Ríos Montt era un dictador de derecha y resulta que ahora me toca a mí, de este lado que se llama izquierda, ver que hacen lo mismo o peor, o me toca ver al máximo representante del sandinismo en ese momento haciendo lo que está haciendo ahora con Nicaragua. Son unos reveses históricos tremendos, por lo que nunca debemos perder ese foco, ese que nos guiaba en esos 90.

Así que mis primeros pasos con los derechos humanos fueron en esa Oficina, en la energía de huracán que llevaba el Monseñor Gerardi, cuando nos tocaba publicar encartado en el periódico de Guatemala la primera edición de ‘Guatemala nunca más’, la primera edición de la memoria histórica del conflicto armado de ese país. Eso se encartó en un periódico el domingo y un martes amaneció el Monseñor Gerardi muerto con la cara destrozada en el garaje de su casa y ahí lo tuvimos que recoger. Entonces, en ese momento yo llegué a la comprensión que por estas cosas se vive y por estas cosas se muere, y que eso al final es lo mismo, tiene el mismo sentido.

Luego continué en ese movimiento de derechos humanos por las diferentes causas. La segunda gran manifestación de calle que yo recuerdo después de la que hicimos en repudio a la muerte de Gerardi fue la repatriación de los restos de Jacobo Árbenz, el presidente del país, lamentablemente repatriado en huesos y no vivo, y luego vino la movilización de las personas con VIH, aún tan estigmatizadas, aún sigo trabajando en ese tema y con el movimiento de mujeres”.

 

En su experiencia siguiendo la desnutrición infantil, ¿cómo están creciendo nuestros niños y niñas en este momento?

“Yo vivo para evitar la desnutrición infantil, para mitigarla, porque había que enfrentarse a su incremento estrepitoso en un momento en el que estábamos como organización humanitaria tratando de definir en donde priorizar la respuesta que teníamos que darle al país en un contexto como el que estábamos pasando a partir del año 2014-2015, entonces, decidimos concentrar nuestros esfuerzos en la desnutrición infantil como guía para blindar a estos niños del efecto de la crisis del país.

¿Qué hemos visto en estos 5 años de tratar de identificar tempranamente y de abordar la desnutrición infantil para que estos niños no murieran? Hemos visto que era posible darle una mirada atenta, desplegándonos como lo hicimos como Cáritas de Venezuela en el territorio, que ese monitoreo del estado nutricional y de la búsqueda activa de los niños con desnutrición nos llevó tener una foto de primera mano, no del estado nutricional de ese niño que necesitábamos salvar, sino del problema nutricional del país.

Después de las primeras jornadas de búsqueda activa de casos de niños por salvar, teníamos una buena foto de lo que estaba pasando. Entonces,  hemos visto, primero, un avance muy grande de la prevalencia de la desnutrición aguda reciente que puede costarle la vida a un niño en 6 semanas, lo vimos crecer mucho, pero luego la vimos subir bajar esa desnutrición aguda como si fuera una montaña rusa, como si fueran los carritos de una montaña rusa, pero los que van adentro de los carritos son los niños y las montañas rusas eran el valor del dólar, que aumentara o bajara la cobertura de una caja Clap en el momento que se acercaban las campañas electorales.

¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible que aquí suba o baje la desnutrición aguda porque el dólar suba o baje?, porque haya una campaña electoral o no la haya y ya no haya más cajas que repartir o no. Eso no dio la imagen de que no hay una protección social constante en el país, que permitiera proteger a esos niños de esas subidas y bajadas. Hemos visto esa desnutrición aguda subir y bajar en momentos muy críticos, así como también regresar tres y cuatro veces a Cáritas al niño que recuperamos por primera vez hace 4 años. Es un niño que regresaba a su casa recuperado, rescatada su vida, pero al incorporarse otra vez a un hogar destituido, con medios de vida limitados, en una economía disfuncional, a un niño que regrese a un hogar a mal comer para regresar nuevamente a Cáritas en extrema delgadez para volverlo a recuperar.

Después de 5 años de este proceso, estamos viendo que ese niño que tuvo en sus primeros 2 y 3 años de vida recaídas de episodio de desnutrición aguda, ya cinco años después muestra un considerable retraso en su crecimiento lineal. Son niños y niñas a los que les faltan 6-7 centímetros de crecimiento y detrás de estos centímetros se esconde también un rezago cognitivo, afectivo, que se traducirá después en un rezago social. No serán niños que uno los vea diferente, son niños igual a cualquiera, que juega, que ríen… que posiblemente no terminarán una carrera universitaria y que serán los padres y las madres de la pobreza otra vez. Es eso lo que se llama el efecto epigenético secular de la desnutrición aguda de la desnutrición crónica, cuando problema se vuelve largo, como se volvió.

Ahora mismo estamos recibiendo en Cáritas a niños que ya llegan con un retraso de crecimiento. Son de 30 a 33% los niños que están llegando a Cáritas por ayuda que vienen con su crecimiento retardado y al menos el 87% de ellos llegan sin desnutrición aguda, sin estar delgados. Es decir, estamos frente a niños cuyo crecimiento se retrasó sin que siquiera hubieran pasado hambre y es porque son el hijo de mal comer, porque no cuentan con nutrición efectiva.

Eso es lo que tenemos como infancia: niños crecidos en contexto de hambre o niños crecidos en un contexto de mal comer, que pasarán a su edad escolar y adulta con un profundo rezago que terminará resultando para el país un compromiso importante de su capital humano, en una carga sanitaria enorme. En 30 años el niño que fue desnutrido en su infancia le va a suponer a Estado 25 a 30 dólares más de gastos por enfermedades cardiovasculares, por diabetes, entre otras enfermedades, pero en realidad no es el costo económico de esto lo que más nos desvela y nos duele, sino el costo ético, a su derecho a la vida y la plenitud en lo que esto va a resultar, y lo previsible y lo prevenible que hubiera sido y no fue. Pero seguimos al pie haciendo lo que nos toca hacer por ellos”.

 

¿Cómo ve la situación del país en materia de seguridad alimentaria y qué escenarios podemos tener en un futuro?

“Lo que está pasando en el país en materia productiva de seguridad alimentaria de todo el país se resume en el que el Estado dejó de ser el garante del derecho a la alimentación para ser un actor más del sistema alimentario. En el momento en este país en el que Estado dejó de garantizarle a la gente del agro, a la gente del mar, a la gente de los bosques, a la gente del circuito alimentario de industrias, de comercios alimentario, de distribuidores de alimentos, en ese momento en el que se dejó de garantizar seguridad no solo de integridad física sino jurídica, facilidades económicas y financieras, estabilidad en unidad monetaria, servicios públicos, carreteras para movilizar los alimentos del país, en el momento en el que el Estado dejó de garantizar eso para convertirse en un productor de alimentos más fracasado, porque todas las empresas de la industria alimentaria estatal y confiscadas, Lácteos Los Andes, Café Fama de América, todas estas industrias están todas quebradas, otras en un 30% de su capacidad o llevadas por la corrupción.

En el momento en el que todo eso empieza a pasar, en el que no solo se convierte en un productor y vendedor más, sino en un ente perseguidor y regulador de un sistema alimentario que fue asfixiando progresivamente con medidas regresivas sobre el derecho a la alimentación, dimos un salto atrás para pasar a comer lo que el Estado decida lo que tú comerás, que te lo venden en una caja que debes pagar por adelantado sin saber lo que viene adentro y atenerte a cuando te llegue.

La autonomía de lo que comemos no llega siquiera al 25%, es decir, lo que produce Venezuela por sí misma para garantizar su propio abastecimiento no llega a la cuarta parte de las necesidades alimentarias para mantenernos vivos. Sigue un predominio importante de las exportaciones y sigue un rezago de importantísimo en cuanto al desarrollo del agro y de nuestra industria alimentaria”.

 

Los efectos de la pandemia han agudizado la emergencia humanitaria compleja en Venezuela, ¿cómo ha visto las consecuencias relativas a la inseguridad alimentaria en las poblaciones más vulnerables?

“Para nosotros está claro que no tanto la COVID-19 como enfermedad, sino las medidas sanitarias que se tomaron para contener los contagios produjeron efectos considerables tanto en la alimentación como en la nutrición. Y hago esta distinción, porque en término de la alimentación, lo primero que fue evidente fue el impacto que tuvo las medidas de cuarentena y restricción d la movilidad sobre las posibilidades de trabajo, primero, en los países de acogida donde están los venezolanos que envían remesas, entonces se registró una caída abrupta de las remesas que hasta ahora han servido de amortiguador de las posibilidades de gastos de muchas de las familias más necesitadas.

Lo segundo es que sucede lo mismo en el propio país, las cuarentenas, el cierre de los locales, la falta de vida en las calles, afectó mucho las fuentes de trabajo sobre todo informal y está visto que en los últimos años más de 55% o 60% de la población venezolana vive de esa economía informal, no vive asalariada, vive de la proximidad, de la calle, del ‘tigrito’.

En el momento que nos recogen por la pandemia, se pierden esos espacios de proximidad y de generación de medios de vida por esa vía. Entonces, la caída de los ingresos informales y de las remesas tuvo un impacto grande sobre el poder adquisitivo de poder comprar alimento. Y a esto se suma que tuvimos durante varios meses el efecto del retorno (migratorio), cuando en los países vecinos hubo la cuarentena, lo que supuso una gran presión humanitaria para atenderles, pero dentro de la propia familia venezolana esa persona que retornó no solamente dejó de enviar una remesa, sino que se convirtió en una persona más con necesidad dentro del hogar.

Por otro lado, se puso todo el sistema de salud del país en función de la atención de la COVID-19, entonces esto resultó en que recibieran menos atención y bajaran los niveles de operatividad de servicios sanitarios que son imprescindibles tanto más que la alimentación para tener una buena nutrición. Me refiero a que bajaron las coberturas de inmunización y los niños comenzaron a enfermarse, pues bajaron o cerraron los servicios de control de niños sanos en los que se monitorea su salud, así como bajaron los servicios de recuperación nutricional.

El tercero es que la propia operatividad de las ayudas humanitarias se vio afectada no solamente porque no tuvimos en un inicio acceso a salvoconductos para movilizarnos y equipos de protección personal, son además los presupuestos destinados a la acción humanitaria comenzaron a ser menores porque se desviaron para la atención de la pandemia.

Por último, otro impacto que ha tenido la pandemia son los arreglos desde el punto de vista internacional de la cooperación internacional, no solamente en la financiación de la ayuda humanitaria, sino que muchas de las operaciones humanitarias comenzaron a ser remotas y eso impactó algunos de los procesos”.

 

¿Cómo evalúa la respuesta humanitaria en Venezuela? ¿Cuáles son las fortalezas y los retos de esa respuesta?

“Esta definitivamente es un área de trabajo que se fue expandiendo. La incidencia que hizo la sociedad civil por la apertura de los canales humanitarios fue bastante efectiva. El canal humanitario nunca se pensó que fuera solo un canal físico de entrada de insumos, sino que fuera una apertura de los mecanismos de respuesta internacional. Esto lo logramos a partir del año 2018, cuando se instaló en el país el mecanismo de respuesta de Naciones Unidas con sus mesas temáticas y cuando comenzó a fluir con más facilidad el ingreso de financiación humanitaria para Venezuela por parte de gobiernos donantes y de agencias internacionales de cooperación.

Esto ha venido creciendo de forma sostenida, sin embargo, aunque ha sido una tendencia de crecimiento, la totalidad de lo que se ha recaudado en materia de financiación humanitaria no llega a representar ni el 45% de lo que se proyectado cuesta implementar plan humanitario de respuesta nacional.

Ese plan está pensado para llegar a solamente el 30% de las personas con necesidades humanitarias del país, es decir, al 4.5 millones, cuando se ha estimado que la población con necesidades humanitarias es de 14 millones. Sin embargo, ese plan humanitario se calcula como en base en las capacidades de las organizaciones que presentaron proyectos.

El espacio humanitario en el país cursa con enormes desafíos: el primero de ellos es logístico, en términos de la escasez de combustible, de la precariedad de los servicios básicos, de nuestra capacidad de tener infraestructura para hacer el trabajo. La segunda son los desafíos burocráticos y políticos, pues se nos han ido complicando por parte del Estado la capacidad de trabajar.

Tenemos ahorita mismo la providencia dictada por el Estado que nos obliga a registrarnos en la Oficina para el control de la delincuencia organizada y lucha contra el terrorismo en plan, en plena vulneración a nuestra presunción de inocencia como organizaciones que no estamos vinculadas ni al lavado de capitales ni al terrorismo ni a nada de estas actividades.

También tenemos a organizaciones muy deslegitimizadas y criminalizadas por el Estado, organizaciones nacionales e internacionales han sido objeto de persecución. Hemos llegado a tener 4 a 6 trabajadores humanitarios privados de libertas, a directores de organizaciones internacionales con orden de captura y un a permanente descalificación a las ONG como un sector de la sociedad bajo sospecha, y así es muy difícil trabajar.

El tercer gran desafío es la terciarización que ha tenido nuestro sector por la cooperación internacional y las propias agencias de Naciones Unidas ambas instancias internacionales shn implementado sus proyectos a través de socios implementadores locales, como nos llaman, pero en relaciones de trabajo que han sido muy desiguales en términos de poder tomar decisión, de la autonomía y de la independencia operativa y de las estructuras salariales. Por último, las limitaciones del acceso físico a ciertas zonas de trabajo en el país que están bajo el efecto de conflictos y grupos irregulares paraestatales armados”.

 

Ha confesado que sería insoportable estar en Venezuela y no hacer nada. Como sociedad civil, ¿qué podemos hacer para convertirnos en actores activos en la lucha contra la inseguridad alimentaria?

“El papel de la sociedad civil es una emergencia enconada, sin pronóstico y con un amplio riesgo de olvido. El papel de la sociedad civil yo lo veo en tres ámbitos:

El primer ámbito es el de comunión, el de la compasión, el de la interconexión el uno por el otro, el de la proximidad, es el de estar nosotros por nosotros mismo, y en ese sentido yo creo que no lo hemos hecho del todo bien, pero que hemos ido mejorando, o sea esa sociedad civil que estaba en el 2016-2017 envolviendo unas arepas para entregarlas en los basureros, que se les dijo mucho que esa no era la forma. No vas a sacar a la gente de comer en la basura llevándoles la arepa a la basura, eso no podíamos hacerlo ni podemos tampoco seguir montando comedores, la gente tiene que comer en su casa.

Los comedores no le cambian la vida a nadie, pero por mucho tiempo comenzó la sociedad civil a dedicarse a esta acción socorrista que ha sido un alivio para muchas personas, pero que no es sostenible en el tiempo, eso está bien para un hambre momentánea de un año o dos, pero que a la larga tenemos que ir como sociedad civil en ese primer ámbito de trabajo prepararnos no solo a salvar vidas sino para hacer esas vidas más resilientes, mas autónomas, para tratar de ayudar a la gente en la refundación de su medio de vida con autonomía.

Una de las mejores maneras de hacerlo como sociedad civil es no seguir en esta proliferación de organizaciones no gubernamentales que se ha armado a merced del chorro de dinero que ha entrado, sino que la sociedad civil se aboque y canalice esos recursos que hay hacia las organizaciones que tienen mandato en esto y que siempre lo han hecho así la relación social de la iglesia, las organizaciones comunitarias de base que están allí, que es la gente por la propia gente en lugar de ir y montar cada uno su propia ONG para esto que lo que hace es atomizar un poco la cosa; esa es mi manera de ver.

El segundo gran frente de la sociedad civil es continuar documentando lo que está pasando, generando información para la visibilidad, para ese componente tan importante de la defensa de los derechos humanos que es el dejar testimonio, dejar evidencias y seguirlo visibilizando. En ese sentido son muy valiosas las organizaciones de derechos humanos con ese mandato, pero también las organizaciones humanitarias que tienen un mandato de defensa de los derechos humanos y que hacen las dos cosas, eso es fundamental.

Y la tercera cosa es que la sociedad civil en Venezuela tiene que seguir y expandirse como sujeto político. Yo creo que en estados frágiles como este, con una debilidad institucional tan grande, la sociedad civil está llamada a mantenerse como tejido social, como tejido organizativo tenemos que seguir articulándonos como plataforma y seguir avanzando en la sociedad como una plataforma de pequeñas células unidas que le hagan contrapeso al avance de un estado omnipresente muy posiblemente legalizando las bases de un Estado comunal que va a ser extraordinariamente perjuicioso, contradictorio con respecto al carácter  federado de nuestro país y que va a terminar convirtiéndose en un ente centralizador y controlador de nuestras vidas.

Yo creo la sociedad civil tiene que continuar siendo ese poder de lo que la gente propone, de lo que la gente es capaz de hacer articulada y hacerle un contrapecho a ese avance de ese estado omnipresente que se ha ido instalando con todos sus tentáculos hasta en la más mínima expresión de nuestra vida pública”.

 

 

Texto: Héctor Daniel Brito

 

 

 

Susana Raffalli, una influencia de comunión, compasión e interconexión

Entradas Relacionadas